Había una vez, una pequeña niña que vivía en una aldea cerca de un bosque. Cada vez que tenía la posibilidad de liberarse de las tareas y los libros, salía de su casa y se encaminaba a aquella arboleda. Esta niña era muy buena, aunque no muy agraciada, sus cabellos dorados siempre estaban despeinados y su vestido muy sucio, pero tenía una bellísima voz. Los vecinos de su pequeño pueblo decían que hasta los pájaros se callaban cuando cantaba y al parecer a ella le encantaba sentirse tan halagada y querida. Tanto, que no dejaba nunca de hablar de sí misma como una persona única y extraordinaria.
Una vez, se anunció en la aldea que un concurso ambulante llegaría dentro de unas semanas. Ansiosa por presentarse y mostrar su hermoso don, la pequeña de rizos dorados practicó en el bosque. Cantaba por varias horas intentando llegar a notas cada vez más agudas. Pero en uno de sus intentos su canto se diluyó en el aire. Intentó de nuevo pero no pudo. No cabía duda de que no podía entonar su letra. Desesperada, salió corriendo del bosque en busca de aquella anciana que vivía en una casa antigua al final de los puestos del mercado. Decían que tenía poderes con los que podía solucionar cualquier problema.
Le rogó desde afuera de la casa que la dejara entrar, hasta que finalmente lo logró. Apenas con un hilo de voz le explicó que su perfecta voz debía ser expuesta en aquel concurso. La anciana algo enfadada por el egocentrismo de la rubia criatura, se negó a obedecerla. Fue entonces cuando ella aún con su voz ronca le dijo “Quiero que las personas vean que de mi boca sale lo más hermoso que se puedan imaginar”. A regañadientes la dueña de la casa echó pelo de rata, una cola de lagartija y polen de su jardín en una olla de agua hirviendo. Tomó un frasco colorido y se lo entregó a la niña, le dijo que se lo tomara y que descansara su voz hasta que llegara el momento de presentarse sobre el escenario. Le entregó también un collar, con el dije de una margarita de plata.
Ya cayendo el atardecer, la niña se dirigió a su casa y descansó feliz durante toda la noche. Al día siguiente ya en la plaza inundada de personas, subió al escenario y se presentó, diciendo que sabía que se sorprenderían en cuanto comenzara, y sin duda ocurrió... El dije de su collar se abrió dejando que una pequeña nota se expandiera: “Cada una de ellas simboliza eso que te ha vuelto vanidosa”. Pero de su boca no salieron notas, ni melodías, ni palabras entonadas. Por cada movimiento de sus labios… caían flores. Todos vieron margaritas y rosas caer al suelo y asombrados ante la abominación decidieron matarla sin piedad al ver a las abejas llegar a la aldea y picar a todo aquello que se interpusiera en su camino.
Fin.