Pasado el tiempo, lo sacamos del líquido y bajo el chorro de agua frotamos la cáscara del huevo. Luego de tantas horas sumergida en esa sustancia, se había descalcificado, facilitándonos su eliminación.
Notamos que el huevo se había agrandado, estaba blando y casi transparente, podíamos ver con bastante claridad su interior.
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